Círculo de FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 – Burdeos, Francia, 1828),
“La oración en el huerto”, c. 1790.
Óleo sobre lienzo.
Conservan marco original de época.
Medidas: 46,5 x 28 cm (x2); 53,5 x 35,5 cm (marco,x2).
Pareja de lienzos devocionales, que por las dimensiones y el formato es posible que formasen parte de un conjunto ornamental de mayor envergadura. A pesar de que ambos están protagonizados por figuras distintas, uno de ellos la Virgen como Dolorosa y en la otra obra por la figura de Cristo en el huerto de los olivos, compositivamente ambas obras han sido concebidas de un modo muy similar. En las dos pinturas, el protagonista, se encuentra en el centro de la escena, inscrito en un paisaje rocoso ,pero en cierto modo indeterminado, las dos figuras dirigen su mirada hacia el cielo, inclinando el gesto a la derecha para poder observar en ambos casos a un ángel. Además, en las dos pinturas las tonalidades son muy similares tanto en la representación del paisaje construido a través de tonalidades oscuras, como del azul de los mantos y el rosa de la túnica de la Virgen, que es el que se ha utilizado en túnica del ángel. Los evangelios narran que, angustiado por una extraña tristeza, Jesús acudió a orar al monte de los Olivos, hacia donde le siguieron los apóstoles. Una vez allí, Jesús se retiró a un lado para rezar, haciéndosele presente el momento de la crucifixión. Jesús puesto de rodillas oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Así, este episodio da inicio a la Pasión cruenta en el alma de Cristo. Los apóstoles caen en un profundo sueño, y un ángel se aparece a Jesús para confortarle. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: «¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación». De hecho, este episodio alude a la más grande de las tentaciones de la vida de Jesús, la última de todas: conociendo su destino, puede huir de sus enemigos o seguir cumpliendo con su misión divina, arriesgando su vida.
Hacia 1790 Goya gozaba de una posición privilegiada en la corte española, y sus trabajos para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara eran admirados y reconocidos por los pintores de la capital. En este contexto se sitúa la obra que aquí presentamos, reflejo de la influencia que los cartones para tapices de Goya ejercieron en sus contemporáneos. Aunque no es habitual en las obras del maestro, aquí se narra una escena de carácter religioso. A partir del reinado de Carlos III, los pintores se esforzarán por representar motivos típicamente españoles, en línea con el pintoresquismo vigente en los sainetes teatrales de Ramón de la Cruz o las populares estampas de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla. Sin embargo, en el aspecto formal la influencia de Goya es directa; abandonado el estricto academicismo clasicista, dibujístico y riguroso, en obras como esta se desarrolla un lenguaje estrictamente moderno, de factura suelta y deshecha, centrándose los pintores ya no sólo en describir, sino ante todo en plasmar las impresiones atmosféricas, lumínicas y cromáticas.