DESCRIPCIÓN
Taller de LUIS DE MORALES “El divino” (Badajoz, 1509 - Alcántara, 1586).
“Ecce Homo”.
Óleo sobre lienzo adherido a tabla.
Presenta añadidos en los márgenes y restauraciones en la superficie pictórica.
Medidas: 69 x 51 cm; 83 x 66 cm (marco).
La intensidad devocional de esta pieza se define por la sobriedad del artista que reduce el tema a los elementos esenciales para poder trasmitir la fe cristiana. Cristo de medio cuerpo en primer término, sobre un fondo oscuro, tratado con una iluminación que surge de los preceptos de una luz tenebrista, artificial y dirigida. La composición, ya mencionada, sobria y clara, dota de gran expresividad a la imagen, la cual tiene como objeto conmover el ánimo del fiel, indicando así que probablemente esta pintura es una obra destinada a la devoción particular. La pintura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes siendo el asunto religioso, por consiguiente, la temática preferente de la pintura española de este período.
El tema del Ecce Homo pertenece al ciclo de la Pasión, y precede inmediatamente al episodio de la Crucifixión. Las palabras “Ecce Homo” son las pronunciadas por Pilatos al presentar a Cristo ante la multitud; su traducción es “he aquí el hombre”, frase mediante la cual se mofa de Jesús y da a entender que el poder de Cristo no era tal frente al de los dirigentes que allí le estaban juzgando.
Debido a sus características técnicas la obra se acerca a los postulados estéticos de Luis de Morales. Pintor de gran calidad y acusada personalidad, acaso el mejor entre los españoles de la segunda mitad del siglo XVI, a excepción del Greco. Su formación plantea serios problemas, aunque Palomino lo hace discípulo del flamenco, residente en Sevilla entre 1537 y 1563, Pedro de Campaña. Ciertamente la meticulosidad y detallismo de su pincelada y la concepción del paisaje son de origen flamenco, y la mayoría de sus temas icónicos de tradición medieval tardía. Pero realiza unos tipos humanos y emplea un colorido y un sfumato emparentados con la tradición lombarda de un Bernardino Luini y de un Cristoforo Solario, que seguramente conoció no mediante un viaje a Italia sino posiblemente a Valencia, para ponerse al tanto de las novedades aportadas por los leonardescos Fernando Yáñez y Fernando de Llanos y los rafaelescos Vicente y Juan Masip. Sin embargo, el sesgo más personal de su pintura radica en la atmósfera atormentada y casi histérica en que respiran sus personajes, volcados más que a la acción hacia una intensa vida interior, llenos de melancolía y renunciamiento ascético y característicos del clima de crispada religiosidad que habían impuesto en la España del XVI los movimientos de reforma, desde los menos ortodoxos del erasmismo y el alumbradismo, hasta los más genuinos del misticismo y el trentismo. Morales, denominado el Divino por su primer biógrafo, Antonio Palomino, porque pintaba solo asuntos religiosos con gran primor y sutileza, alcanzó su mejor época desde 1550 hasta 1570, pintando entonces numerosos retablos, trípticos y lienzos aislados que obtuvieron enorme difusión porque satisfacían la religiosidad popular de la época, si bien algunas de sus telas contienen citas y datos de erudición letrada, producto del contacto con los clientes ilustrados, a contar en primer lugar los obispos de la diócesis de Badajoz, a cuyo servicio estuvo. No está, por el contrario, documentalmente corroborada su presencia en el monasterio de El Escorial llamado por Felipe II, aunque parece que éste adquirió alguna de sus obras para regalarlas a continuación. La enorme producción y la continua solicitud de sus temas iconográficos más frecuentes y populares le obligaron a mantener un nutrido taller en el que colaboraron sus dos hijos, Cristóbal y Jerónimo; taller responsable de muchas copias que circulan y son todavía tenidas como autógrafas de Morales.