Escuela andaluza del s. XVII

Escuela andaluza del siglo XVII. Círculo de BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO (Sevilla, 1617 – Cádiz, 1682).
“Inmaculada”.
Óleo sobre lienzo.
Medidas: 97 x 76 cm; 121 x 100 cm (marco).
Nos encontramos frente a un lienzo directamente inspirado en “La Inmaculada del Escorial”, óleo realizado por Bartolomé Esteban Murillo entre los años 1660 y 1665, hoy albergado en el Museo del Prado. El maestro sevillano se inspira en una joven doncella cuya figura centra el lienzo, con el cuerpo ligeramente girado, con las manos cruzadas sobre el corazón y la mirada en alto. Toda la Inmaculada se eleva sobre un creciente lunar y se acompañada por varios ángeles niños, que aparecen tanto debajo de ella como en los ángulos superiores, rodeando el rompimiento de Gloria que rodea de luz dorada a la Virgen. Los ángeles situados a sus pies portan lirios, rosas y una hoja de palmera, símbolos marianos tomados de las letanías. En las últimas décadas del siglo XVII, la sentimentalidad emotiva, dulce y delicada de Murillo se impuso en Sevilla a la más dramática de Valdés Leal, y de ahí la predominancia de su influencia en el siglo siguiente. No obstante, según avance el tiempo nos hallaremos ante un influjo cada vez más superficial, que se centra en la imitación de modelos y composiciones, pero dejando a un lado su lenguaje plástico, a favor de fórmulas más propias de la nueva centuria.
El tema de la Inmaculada Concepción, muy frecuente en el arte español, llegó a constituir una de las señas de identidad nacionales de España como país católico. Se trata de uno de los temas más genuinamente locales de la pintura española barroca, dado que nuestro país fue el principal defensor de este misterio, y aquel que luchó con mayor insistencia para convertirlo en dogma de fe. En este contexto, numerosos artistas e intelectuales trabajaron para construir una iconografía clara que ayudara a la difusión de la Inmaculada, reuniendo simbología y fervor popular.
De la infancia y juventud de Murillo poco se sabe, salvo que quedó huérfano de padre en 1627 y de madre en 1628, motivo por el que pasó a ser tutelado por su cuñado. Hacia 1635 debió iniciar su aprendizaje como pintor, muy posiblemente con Juan del Castillo, quien estaba casado con una prima suya. Esta relación laboral y artística se prolongaría unos seis años, como era habitual en aquella época. A partir de su matrimonio, en 1645, se inicia la que será una brillante carrera que progresivamente le fue convirtiendo en el pintor más famoso y cotizado de Sevilla. El único viaje del que se tiene constancia que realizó se documenta en 1658, año en que Murillo estuvo en Madrid durante varios meses. Puede pensarse que en la corte mantuvo contacto con los pintores que allí residían, como Velázquez, Zurbarán y Cano, y que tuviese acceso a la colección de pinturas del Palacio Real, magnífico tema de estudio para todos aquellos artistas que pasaban por la corte. Pese a las pocas referencias documentales respecto a sus años de madurez, sabemos que gozó de una vida desahogada, que le permitió mantener un alto nivel de vida y varios aprendices. El haberse convertido en el primer pintor de la ciudad, superando en fama incluso a Zurbarán, movió su voluntad de elevar el nivel artístico de la pintura local.