Maestro Boloñés o Romano, s. XVII.

Maestro Boloñés o Romano, siglo XVII.
“Santa Lucia”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Medidas: 132 x 95,5 cm; 149 x 112 cm (marco).
Dotada de una belleza volumétrica, Santa Lucía ha sido representada ligeramente girada hacia el ángel que la contempla con ternura. La Santa viste una amplia túnica azul, con el cuello adornado con brocado de oro. Sostiene en su mano izquierda un plato con sus propios ojos, que según cuenta la leyenda, le fueron arrancados, aunque milagrosamente conservó la visión. El manto rojo cae de sus hombros y se agita sutilmente con amplios pliegues. Lleva el cabello suelto, de modo que sus mechones dorados resplandecen bajo una luz cálida que emana del rompimiento de gloria, la luz divina que entra por una ventana abierta. La figura de la Santa junto al ángel constituye el tema central del cuadro, ocupando casi toda su superficie.

Probablemente de origen italiano, esta pintura presenta un elaborado trabajo de veladuras que destaca las texturas y los matices sensuales de las telas, así como las carnaciones de sutil tono carmesí. El atributo iconográfico de los ojos sobre el plato permite identificar a la figura representada como Santa Lucía de Siracusa, hija de nobles cristianos que la educaron en la fe. Lucía hizo voto de castidad y consagró su vida a Dios, aunque su madre la prometió en matrimonio a un joven pagano. Finalmente, el compromiso se rompió tras la milagrosa curación de su madre, lo que desató la ira del pretendiente, quien la denunció como cristiana ante el procónsul Pascasio.

Santa Lucía fue arrestada y, al negarse a ofrecer sacrificios a los dioses paganos, Pascasio ordenó que fuera llevada a un lupanar para ser ultrajada. Sin embargo, los soldados no lograron moverla, pues permaneció milagrosamente rígida como una piedra. Pascasio, entonces, la condenó por brujería y la llevó a la hoguera, pero el fuego no la dañó. Le arrancaron los ojos como símbolo de su martirio, aunque ella conservó la visión. Finalmente, Pascasio ordenó su decapitación. Patrona de los ciegos y protectora de los pobres y los niños enfermos, Santa Lucía es venerada principalmente en Siracusa, Venecia y San Pedro del Monte, aunque también se le dedican importantes festividades en Escandinavia.

Santa Lucía ha sido un personaje ampliamente representado en la tradición pictórica eclesiástica. Su iconografía se enriqueció desde la época medieval, ilustrando diversos episodios de su vida, especialmente su martirio y su entierro. En este caso, aunque la pintura es de época barroca, prevalece una composición típica del Renacimiento: la mujer en un tres cuartos de medio cuerpo, mostrando la bandeja que, en esta ocasión, sostiene un collar en lugar de los ojos arrancados. De hecho, el tema de los ojos es una creencia popular sin respaldo en las fuentes canónicas. Las fuentes sobre la vida de Santa Lucía se basan en las Actas Martyrum, que recogen su proceso de condena; en los martirologios, que describen su muerte; y en la Leyenda Dorada, obra de Jacobo de Vorágine, escrita en 1298.