Bartolomé Esteban Murillo

BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO (Sevilla, 1617 – Cádiz, 1682).
“Santo”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior derecho.
Medidas: 40,5 x 32 cm; 53 x 44 cm (marco).

En esta escena intimista, el artista recurre a la teatralidad del barroco, potenciada por una luz completamente artificial y dirigida que realza la relevancia del protagonista. La iluminación se centra especialmente en el rostro, dejando el resto de la estancia en penumbra. En el centro de la escena, como es habitual, el protagonista mira al espectador mientras sostiene en una mano una pluma que acaba de sacar del tintero y en la otra un texto que simula la forma de las tablas de Moisés. Estos atributos indican la relevancia del personaje, quien dirige una mirada cómplice al espectador. Estéticamente, la escena recuerda en gran medida, por la composición y la iluminación, a la pintura de Santo Tomás de Aquino de Bartolomé Esteban Murillo.

De la infancia y juventud de Murillo poco se sabe, salvo que quedó huérfano de padre en 1627 y de madre en 1628, lo que lo llevó a ser tutelado por su cuñado. Hacia 1635 debió iniciar su aprendizaje como pintor, muy posiblemente con Juan del Castillo, quien estaba casado con una prima suya. Esta relación laboral y artística se prolongaría unos seis años, como era habitual en aquella época. A partir de su matrimonio, en 1645, comienza la que será una brillante carrera que, progresivamente, lo convirtió en el pintor más famoso y cotizado de Sevilla.

El único viaje del que se tiene constancia ocurrió en 1658, cuando Murillo estuvo en Madrid durante varios meses. Se cree que, en la corte, mantuvo contacto con pintores residentes como Velázquez, Zurbarán y Cano, y que tuvo acceso a la colección de pinturas del Palacio Real, un magnífico tema de estudio para los artistas que pasaban por la corte. Aunque las referencias documentales sobre sus años de madurez son escasas, se sabe que disfrutó de una vida desahogada, lo que le permitió mantener un alto nivel de vida y contar con varios aprendices.

Convertirse en el primer pintor de Sevilla, superando en fama incluso a Zurbarán, impulsó su voluntad de elevar el nivel artístico de la pintura local. Por ello, en 1660, decidió fundar una academia de pintura junto con Francisco Herrera el Mozo, de la cual fue el principal impulsor. Su fama se extendió por todo el territorio nacional, y Palomino señala que hacia 1670 el rey Carlos II le ofreció trasladarse a Madrid para trabajar como pintor de corte. Aunque no hay certeza de esta afirmación, lo cierto es que Murillo permaneció en Sevilla hasta el final de su vida.

Actualmente, se conservan obras suyas en las pinacotecas más importantes del mundo, como el Museo del Prado, el Hermitage de San Petersburgo, el Kunsthistorisches de Viena, el Louvre en París, el Metropolitan de Nueva York y la National Gallery de Londres.