Bartolomeo Cavarozzi

BARTOLOMEO CAVAROZZI (Viterbo, c. 1590 - Roma, 21 de septiembre de 1625).
“San Jerónimo”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Adjunta informe expedido por Don Gianni Papi.
Medidas: 92 x 112 cm; 124 x 143 cm (marco).
Esta obra, atribuida al pintor italiano Bartolomeo Cavarozzi (1587-1625), representa a San Jerónimo, una de las figuras más icónicas de la tradición cristiana y un tema recurrente en la pintura barroca. La escena, de una intensidad dramática notable, muestra al santo anciano con una larga barba, envuelto en un manto de ricos pliegues en tonos rosados y oscuros, con una expresión de profunda contemplación.
San Jerónimo aparece en una postura meditativa, con las manos cruzadas sobre la mesa, en actitud de reflexión. Su rostro iluminado por una luz dirigida resalta las arrugas y la intensidad de su mirada, mientras su cuerpo se sumerge en la penumbra, generando un poderoso contraste de claroscuro. La iluminación, de clara influencia caravaggesca, refuerza el dramatismo y el realismo de la escena.
A la izquierda, un cráneo sobre unos libros sugiere una meditación sobre la muerte y la fugacidad de la vida, un tema característico de la iconografía de San Jerónimo y de las representaciones vanitas. En la parte superior, una trompeta dorada parece emerger de la oscuridad, símbolo de la llamada divina o del Juicio Final. En el fondo, un sombrero cardenalicio apenas visible recuerda la dignidad eclesiástica del santo.
San Jerónimo (c. 347-420) fue un erudito y traductor de la Vulgata, la versión latina de la Biblia, lo que lo convirtió en una de las figuras intelectuales y espirituales más influyentes del cristianismo. En la pintura barroca su representación fue altamente demandada.
Este tipo de representación refleja la visión barroca de la fe como un camino de renuncia y sacrificio, subrayando la fugacidad de la existencia terrenal. El cráneo y los libros refuerzan el mensaje de que el conocimiento y la sabiduría deben ser guiados por la conciencia de la mortalidad.
Cavarozzi fue un destacado seguidor del naturalismo de Caravaggio, integrando su dominio del tenebrismo con una minuciosa atención al detalle y a la calidad táctil de los materiales. Se le reconoce por su maestría en la representación de las texturas, evidente en el realismo del rostro del santo, el brillo de la tela y la sólida materialidad de los objetos sobre la mesa.
A pesar de su temprana muerte en 1625, Cavarozzi dejó un legado significativo en la pintura caravaggista, influyendo en la escuela española y en artistas como Ribera y Zurbarán. Su trabajo es un testimonio de la fusión entre el realismo italiano y la espiritualidad profunda del Barroco, lo que convierte a esta pintura en una obra de gran valor artístico y devocional.