DESCRIPCIÓN
Escuela napolitana; segundo tercio del siglo XVIII.
“La asunción de la Virgen”.
Óleo sobre lienzo.
Posee marco de época.
Medidas: 52 x 39 cm; 69 x 48 cm (marco).
Mostrando el aspecto terrenal y celestial propio de la religión cristiana, el artista divide el espacio de este lienzo en dos. Una zona inferior en la cual los apóstoles elevan su vista al cielo, divisando a la Virgen. El área superior definida por un fondo dominado por una gran nube que sirve de apoyo para la figura de la Virgen. La expresión Asunción es significativa: se opone a la Ascensión, como lo pasivo a lo activo. Es decir, María no asciende al cielo por sus propios medios, como Cristo, sino que es elevada al Paraíso por los ángeles. El arte bizantino representa la Asunción del alma de la Virgen, recogida por Cristo en su lecho de muerte. En cambio, el arte de Occidente plasma su Asunción corporal fuera de la tumba donde los apóstoles la habían sepultado. Por lo tanto, debe distinguirse en la iconografía la Asunción del alma de la Virgen en forma de niña y la Asunción de su cuerpo glorioso, siendo la segunda la aquí representada. El modelo europeo presenta a María en actitud orante, con las manos unidas, rodeada de luz dorada, llevada por ángeles y dejando la tumba abierta a sus pies, que puede aparecer vacía o llena de lirios y rosas. A causa de una confusión iconográfica, la Asunción perderá su carácter original para convertirse en Ascensión, tal y como ocurre en esta obra. En vez de ser elevada por ángeles, la Virgen vuela sola, con los brazos extendidos; los ángeles que la rodean se limitan a formarle cortejo. Esta transformación se consumó en el arte italiano del siglo XVI, y progresivamente se extendió por el resto de Europa. Sin embargo, esta nueva fórmula no eliminó a la antigua, de la que encontramos ejemplos en el siglo XVII. Esta pintura destaca por un interés del artista en lo plástico basado en su factura y el cromatismo.
Por sus características formales podemos relacionar esta obra con Francesco Solimena, pintor italiano del último barroco, principal representante de la escuela napolitana de la primera mitad del siglo XVIII. Francesco Solimena se formó con su padre, también pintor, y desarrolló su carrera en Nápoles, donde se instaló en 1674. Allí ampliará su formación con De Maria, en cuyo taller se aproximó al barroco más avanzado de Cortona, Lanfranco, Preti y Giordano. Ya en sus primeras obras apreciamos una clara filiación al barroco romano, así como a la más reciente tradición pictórica napolitana. Posteriormente, buscando desarrollar una alternativa al lenguaje fantasioso de Giordano, Solimena se acercará al arte más tenebroso de Mattia Preti, insistiendo en una mayor plasticidad. De este modo empezarán a aparecer en su obra los sombreados que tanto caracterizan a sus figuras. Pronto se convertirá en la cabeza visible de la escuela napolitana y, posteriormente, se verá influido por el clasicismo de Maratta, lo que le llevará a buscar una mayor intensidad en el dibujo, de acentos académicos. Actualmente se conservan obras de Solimena en el Museo del Prado, el Hermitage de San Petersburgo, el J. Paul Getty de Los Ángeles, el Kunsthistorisches de Viena, el Louvre de París, el Metropolitan de Nueva York, la National Gallery de Londres y el Rijksmuseum de Ámsterdam, entre otras colecciones tanto públicas como privadas de todo el mundo.