Atribuido a DOMINGO MARTÍNEZ (Sevilla, 1688 - 1749), .
“Jesús con los atributos de la Pasión”.
Óleo sobre lienzo.
Medidas: 100 x 82 cm; 111 x 92 cm (marco).
Este cuadro, atribuido al maestro del barroco sevillano Domingo Martínez, refleja la habilidad técnica y estética de Domingo Martínez, al tiempo que despliega el profundo simbolismo que impregna la teología del sacrificio redentor de Cristo. Al mostrarnos a Jesús Niño asociado a los atributos de la Pasión, busca conectar a los fieles con el misterio de la Encarnación y la Salvación, siendo el arte de la Contrarreforma un vehículo pedagógico y emotivo vertebrador. El Niño Jesús lleva una corona de espinas anticipando el sufrimiento y sacrificio que enfrentará en su adultez. De la cesta de mimbre se derraman los clavos, símbolos de la Crucifixión y, a su lado, leemos "Inri" en el pedazo de tela blanca. Junto a ella, la calavera, que alude a la mortalidad humana y a la redención por la muerte de Cristo. En cuanto a la serpiente, símbolo del demonio y el pecado, es redimido por el Niño, destinado a aplastar el mal. Este tipo de iconografía es una prefiguración (preparación espiritual) de los eventos de la Pasión, que en el contexto del Barroco buscaba conmover al espectador. Los dos ángeles sosteniendo la cruz en el cielo refuerzan la dimensión divina y celestial del sufrimiento de Jesús. En lo estilístico, la pintura se enmarca dentro del siglo XVII andaluz, cándido y sutil en el manejo de una luz que modela los cuerpos con suavidad, y extrae las justas texturas y calidades de las carnaciones y del sedoso cabello ensortijado.
Domingo Martínez se formó en su ciudad natal, siendo Lucas Valdés uno de sus maestros. Las fuentes indican que fue apreciado en su tiempo, dado que hallamos encargos de importancia como los recibidos del arzobispo de Sevilla, para quien realizó varias pinturas destinadas a la catedral de la capital andaluza y a la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación de Umbrete. Asimismo, durante la estancia de la corte de Felipe V en Sevilla (1729-33) mantuvo relación con los pintores franceses al servicio del rey, como Jean Ranc y Louis-Michel van Loo, cuya influencia será patente en su obra, combinándose con la herencia directa de Murillo. Por otro lado, será precisamente Ranc quien proponga a Martínez como pintor de corte, ofrecimiento que el pintor sin embargo rechazó, dado que no deseaba trasladarse a Madrid con el rey. Contó con diversos discípulos, y sabemos que en su taller se formaron Andrés de Rubira, Pedro Tortolero y Juan de Espinal, pintor este último que se convertiría finalmente en su yerno y heredero del taller familiar. Su primera obra de importancia fue el conjunto decorativo de la iglesia del Colegio de San Telmo, con pinturas sobre la vida de Cristo y su relación con el mar, realizadas en 1724. Seis años más tarde están fechadas las dos obras que realizó para el Convento de Santa Paula de Sevilla, dos pinturas de grandes dimensiones. En esta misma década de 1730 realizará también obras individuales y conjuntos para iglesias de Sevilla y su provincia, siempre de tema religioso, así como el retrato del arzobispo Luis de Salcedo y Azcona para el Palacio Arzobispal de Sevilla (1739). Igual de prolífico se mostró en la última década de su vida, cuando realizó decoraciones al temple para las iglesias de Santa Ana y de San Luis de los Franceses de Sevilla, además de varios lienzos. Su última obra, realizada en torno a 1748, fue un conjunto de ocho lienzos representando la gran mascarada celebrada en Sevilla en junio del año anterior con motivo de la subida al trono de Fernando VI. Actualmente se conservan obras de Martínez en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.