Antonio María Esquivel

ANTONIO MARÍA ESQUIVEL Y SUÁREZ DE URBINA, (Sevilla, 1806 – Madrid, 1857).
“Santa Justa y Santa Rufina".
Óleo sobre lienzo.
Presenta un parche al dorso.
Medidas: 58,5 x 44,5 cm., 75 x 60,5 cm. (marco).

Las hermanas Justa y Rufina se abrazan con ternura bajo un cielo plomizo. A su lado, el león domesticado nos recuerda el episodio en el que les salvó la vida, en una de las muchas ocasiones que tuvieron que sufrir martirio por permanecer fieles a sus creeencias. Las mujeres, de belleza idealizada, se encuentran en un paraje yermo. A lo lejos, se recorta un solitario templo griego. La hermana mayor posa su mirada al cielo, implorando el perdón del Señor. La pequeña se le abraza, transmitiéndonos un hondo sentimiento. Estamos ante un ejemplo destacado del estilo romántico que desarrolló Antonio María Esquivel, y que aplicó tanto a temas profanos como sagrados.

Antonio María Esquivel fue el pintor más representativo y fecundo del romanticismo sevillano, y uno de los más destacados de su época en España. Su vida constituyó un verdadero alegato romántico; perdida su fortuna tras morir su padre, queda huérfano y pobre, con diecisiete años se alista contra la causa absolutista del duque de Angulema, y no vivirá desahogadamente hasta su traslado a Madrid, en 1831. No obstante, en 1838 regresa a Sevilla, donde poco después perderá la vista. Curado en 1840 regresa a Madrid, donde trabajó ya hasta su muerte. Formado en la Academia de Bellas Artes de Sevilla, fue nombrado pintor de cámara en 1843 y académico de la Real Academia de San Fernando en 1847, colaboró con las publicaciones “El siglo XIX” y “El Panorama” y formó parte del Liceo Artístico y Literario. Impartió clases en la Academia de San Fernando en Madrid, lo que le llevó a publicar las monografías de José Elbo y Herrera el Viejo (1847) y su “Tratado de anatomía práctica” (1848). Cultivó también la crítica de arte, y escribió sobre la pintura de historia y los nazarenos alemanes. Como pintor se identifica plenamente con el romanticismo, que plasma a través del sentimiento y la corrección estética de su obra. Su estilo, en parte ecléctico, se caracteriza por un gran dominio técnico, que logra equilibrar de forma armónica la corrección del dibujo y la calidad de los colores. Pese a que trató temas muy diversos, el retrato es esencial en su carrera. Además del mérito artístico, sus retratos ilustran la sociedad de su tiempo con rigor histórico, sin dejar de lado los valores afectivos. Recibió muchos encargos de retratos en distintos formatos, y realizó también diversos autorretratos, uno de ellos conservado en el Museo del Prado. También realizó retratos colectivos, que hablan de su fascinación por el barroco holandés y sus retratos corporativos. En cuanto a la temática religiosa, se revela seguidor de Murillo, en relación con su propia condición de sevillano. Sus cuadros de historia tuvieron un carácter muy personal, literario y teatral, fruto del ambiente romántico en que vivió. Entre sus reconocimientos oficiales destacan la placa del Sitio de Cádiz y la Cruz de Comendador de la Orden de Isabel la Católica. En 2006, en conmemoración de su segundo centenario, la Academia de Bellas Artes de Sevilla, en colaboración con la Fundación el Monte, realizó una muestra retrospectiva dedicada a su obra. Está representado en el Museo del Prado, el ayuntamiento de Huesca, el Museo Lázaro Galdiano, el de Bellas Artes de Sevilla, el Romántico y el Naval de Madrid, la Biblioteca Nacional y el Museo de Santa Cruz de Toledo, entre otros muchos.