DESCRIPCIÓN
Escuela española; siglo XVII,
“Cristo atado a la columna”.
Madera tallada.
Medidas: 55 x 27 x 28 cm.
En esta escultura realizada en bulto redondo se representa la imagen de Cristo en la columna, también denominada Cristo atado a la columna es. Se trata de una escena evangélica y un tema iconográfico muy frecuente en el arte cristiano, dentro del ciclo de la Pasión. La escena transcurre en el Pretorio de Jerusalén, el centro de poder romano, dirigido por Poncio Pilato, a donde Jesucristo llegó por segunda y última vez, tras su paso por distintas instancias (Anás, Caifás y Herodes). En este episodio bíblico Cristo es exhibido ante la que prefirió liberar a Barrabás antes que a él. Es despojado de sus ropas y atado a una columna, donde es sometido a burlas y torturas entre ellas, la flagelación y la coronación de espinas, denominaciones iconográficas que a veces son totalmente identificables con ésta y a veces se diferencian con precisión. En esta escultura en concreto no se aprecia la corona de espinas, pero si se puede apreciar los estragos que ha causado en el cuerpo de Cristo la flagelación. El escultor muestra una imagen en la que Cristo se encuentra abatido, inclinado debido a su propio peso, sin embargo, el resto no muestra esta una gran tensión, sino que esboza un gesto de concentración y de pesadumbre más que de dolor. La obra sigue los modelos estéticos de la famosa escultura “El Señor atado a la columna” es una de la esculturas más recocidas de Gregorio Fernández, quien la realizó para la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid, en 1619.
Gregorio Fernández fue máximo exponente de la escuela castellana del primer barroco, heredero de la expresividad de Alonso Berruguete y Juan de Juni y permeable a las influencias clasicistas de Pompeyo Leoni y Juan de Arfe, en las que se apoyará para dejar atrás el manierismo de su formación hasta convertirse en un escultor plenamente barroco. Aunque conocemos pocos datos biográficos sobre el maestro, sí está bien documentada su obra, realizada para numerosos templos y cofradías castellanos. Fue un artista muy representativo de su época, de la espiritualidad dramática de la España del siglo XVII, reflejada en unos pasos procesionales de gran patetismo que fueron su tema predilecto, dado que representaban escenas de la Pasión y permitían precisamente reflejar este duro dramatismo. Fue un artista único, manteniendo siempre su individualidad, y de hecho definió una de las grandes escuelas escultóricas del barroco español, en contraposición a la andaluza de Martínez Montañés, más clasicista y armónico. En cambio, Fernández fue hijo de la cultura contrarreformista de Felipe II y, por tanto, busca una imagen religiosa lo más didáctica posible, lejos de los planteamientos puramente estéticos que movían al maestro sevillano. Gregorio Fernández contó con un amplio taller que se hizo cargo de contratos principalmente de Valladolid, León y Madrid, pero también del País Vasco y Extremadura, donde se formaron numerosos escultores y se creó una auténtica escuela de seguidores. Según narra Palomino en el siglo XVIII, Fernández fue un hombre piadoso, cercano a la santidad incluso, que antes de comenzar a trabajar se postraba en profunda oración y que guardaba ayuno, cumplía penitencias y mantenía un constante diálogo con Dios, una vida acorde con el profundo misticismo que dominó la religiosidad española en el siglo XVII, y que nos habla de un sentimiento de compromiso con la fe a la hora de realizar sus obras.