Atribuido a ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 – 1668).
“Santo Domingo de Guzmán”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Presenta restauraciones sobre la superficie pictórica.
Posee marco del siglo XIX.
Medidas: 34 x 20 cm; 44,5 x 30 cm (marco).
Santo Domingo de Guzmán, nacido en Castilla en 1170, fue el fundador de la Orden de los Predicadores, más conocidos como dominicos. Durante su infancia recibió una esmerada formación moral y cultural, despertándose finalmente su vocación hacia el estado eclesiástico. Tras estudiar humanidades, teología y filosofía en Palencia, donde también fue profesor, se ordenó sacerdote, y finalmente fue nombrado embajador extraordinario por el rey Alfonso VIII de Castilla. Tras obtener en 1216 la autorización para fundar su orden, consagró sus últimos años a la organización de ésta y a varios viajes misioneros a Francia e Italia. La leyenda, sin embargo, ha añadido muchos datos a su biografía. Numerosos milagros fueron también atribuidos al santo durante su predicación, especialmente la resurrección de un joven muerto de una caída de caballo y el salvamento de unos peregrinos, que iban a ahogarse al intentar atravesar el Garona para dirigirse a Santiago de Compostela. Asimismo, cuenta con una extensa iconografía en relación con todos estos episodios, que incluye símbolos como el perro con la antorcha, la lila blanca, la estrella, la cruz, el estandarte y el santo rosario, el libro y la iglesia y las tres mitras. Uno de los episodios más destacados de su leyenda es la aparición al santo de la Virgen del Rosario. La tradición, surgida a partir del siglo XV, cuenta que la madre de Dios en persona enseñó a Santo Domingo a rezar el rosario en el año 1208, diciéndole que propagara esta devoción y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la fe. Apareciéndose en la capilla en la que el santo rezaba, sosteniendo un rosario en su mano, le enseñó a recitarlo prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias. Santo Domingo salió de allí lleno de celo, con el rosario en la mano. Efectivamente lo predicó, y con gran éxito, logrando que muchos albingenses volvieran a la fe católica.
Antonio Castillo es considerado padre de la escuela cordobesa, conocido por su labor como pintor, fue también policromador y diseñador de proyectos arquitectónicos, decorativos y de orfebrería. Fue hijo de Agustín del Castillo, pintor poco conocido natural de Llerena (Extremadura) al que Palomino califica como “excelente pintor”. También se cree que pudo formarse como policromador en el taller de Calderón. No obstante, quedó huérfano con sólo diez años, en 1626, y pasó a desarrollar su formación en el taller de otro pintor del que no tenemos noticias, Ignacio Aedo Calderón. Aunque no existen pruebas efectivas de ello, se cree que pudo llegar a Sevilla, donde según indica Palomino ingresó en el taller de Zurbarán. Esto ha sido corroborado por la influencia estilística del maestro extremeño que los historiadores han visto en la obra de Castillo. No obstante, en 1635 se encuentra de nuevo en su Córdoba natal, y allí contraerá matrimonio y se instalará de forma definitiva, para finalmente convertirse sin discusión en el artista más importante de la ciudad. Su fama y calidad le granjearon importantes encargos, entre ellos obra religiosa de altar, retratos y series de mediano formato. Fue asimismo maestro de destacados pintores cordobeses de la siguiente generación, como Juan de Alfaro y Gámez. Respecto a su lenguaje, Antonio del Castillo no desarrolló una evidente evolución en su obra, si bien hacia el final de su vida se aprecia un lenguaje más suavizado, y se mantuvo al margen de las novedades barroquizantes de otros pintores contemporáneos. No obstante, se dejó seducir como el resto de sus contemporáneos por la novedad de la obra de Murillo, e introducirá en sus últimos años la suavidad cromática veneciana del maestro sevillano.