Escuela española; siglo XIX.
“Dama”.
Óleo sobre lienzo.
Presenta repintes sobre la superficie pictórica.
Medidas: 62 x 46 cm.
Retrato de dama de gran instantaneidad, semejante a una visión fugaz captada del natural, más que a un retrato sosegadamente elaborado en un estudio. La mujer, de hecho, no posa ni parece ser consciente de nuestra mirada, sino que aparece con el cuerpo de espaldas al espectador y el rostro de perfil, mirando hacia algo situado más allá del cuadro, oculto a nuestra vista. Sin embargo, la composición es la propia del retrato de la época, con la figura de busto largo en primerísimo término, vivamente iluminada y recortada sobre un fondo neutro que realza su corporeidad. En este retrato el pintor ha prestado especial atención a la calidad de los elementos, especialmente visible en el tocado cuyos brillos cobran un gran protagonismo en la composición. Se trata de un rostro bello y delicado, al modo clásico, que tiene como referente el ideal femenino de los grandes clasicistas del pasado.
Como en el resto de Europa, el retrato se convirtió en el siglo XIX en el género protagonista por excelencia de la pintura española, como consecuencia de las nuevas estructuras sociales que se implantaron en el mundo occidental a lo largo de esta centuria, encarnando la expresión máxima de la transformación del gusto y la mentalidad de la nueva clientela, surgida entre la nobleza y la alta burguesía adinerada, que tomaría las riendas de la historia en este periodo. Mientras los círculos oficiales dieron preponderancia a otros géneros artísticos, como la pintura de historia, y el incipiente coleccionismo alentó la profusión de los cuadros de costumbres, el retrato acaparó la demanda de pintura destinada al ámbito más privado, como reflejo del valor de lo individual en la nueva sociedad. Este género encarna la presencia permanente de la imagen de sus protagonistas, para su disfrute reservado en la intimidad de un estudio, al calor cotidiano de un gabinete familiar o presidiendo los salones principales de la casa.