Escuela andaluza, ca. 1850.
“La despedida”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Medidas: 82 x 105 cm; 92 x 114 cm (marco).
La obra en licitación se puede relacionar con la plástica artística de Robert Kemm, pintor británico cuya pasión por España le llevó a inmortalizar escenas típicamente costumbristas del sur de nuestro país. Este tipo de composiciones piramidales, sencillas, con los personajes de grandes dimensiones (en este caso una pareja de enamorados que se despide cómplicemente), copando el espacio pictórico, fueron comunes en su pintura. Además, normalmente suele introducir elementos arquitectónicos, como en este caso concreto, en el que el ultimo plano está siendo dominado por la fachada de una casa.
Durante el siglo XIX, España e Inglaterra mantuvieron una relación especial. El valioso apoyo prestado por Gran Bretaña al fervor patrio frente al invasor francés, llevó a los españoles a mirar con simpatía a los británicos. Por su parte, los pintores y literatos británicos descendieron sobre España, país que les ofrecía la quintaesencia del idealismo romántico. Tal vez buscando un paisaje natural y más auténtico viajaban a la península, donde la Revolución Industrial todavía no había degradado la faz del paisaje. El progreso en las comunicaciones convirtió a España en un destino exótico, pero a la vez cercano, para los jóvenes pintores ingleses que rechazaban la burguesía industrial y la pobreza de espíritu que estaba embargando las grandes ciudades en constante crecimiento. De hecho, tras la Guerra de la Independencia nuestro país comenzó a adquirir un aura de exotismo y extravagancia que atrajo a buen número de intelectuales y artistas ingleses. La Andalucía mora, el bandolero, la Iglesia oscurantista, el torero apuesto y la maja, la dama con mantilla, los niños descalzos, el mendigo lleno de harapos, la gitanilla de Cervantes... Pinturas como la que aquí presentamos nos acercan a la esencia del romanticismo, a la exaltación de lo anímico como respuesta a una época que ponía el paño sobre el altar de la Razón. Para lograr este objetivo, los pintores románticos dejaron de supeditar el color al dibujo reproduciendo así con más fuerza expresiva y un mayor naturalismo los motivos pictóricos. La pincelada se vuelve impetuosa, el color alcanza su autonomía, el empaste es más grueso, etc.