Escuela andaluza; finales del siglo XIX.
“Escena española”.
Óleo sobre lienzo.
Presenta firma apócrifa en el ángulo inferior derecho.
Medidas: 80 x 65 cm; 106 x 90 cm (marco).
Esta pintura de la escuela española de finales del siglo XIX representa una animada escena callejera en un pueblo mediterráneo, probablemente en Andalucía. La composición muestra a un grupo de personas vestidas con trajes tradicionales, disfrutando de un momento de ocio en una calle angosta y soleada.
En el primer plano, cuatro figuras están reunidas en torno a una mujer sentada con un vestido rosado, quien parece ser el centro de la atención. Un hombre con una guitarra o laúd toca música mientras otra mujer, vestida de amarillo y con flores en el cabello, parece conversar con ella. A la izquierda, un hombre mayor con un chaleco oscuro y pantalones de color claro observa la escena con un aire relajado, mientras que a la derecha, un personaje con chaqueta oscura y botas altas se inclina, quizás para decir algo. La pintura exhibe una técnica realista con una paleta cálida y luminosa, con énfasis en la luz y la sombra, característica del costumbrismo español. La escena captura la esencia de la vida cotidiana, destacando la música, la vestimenta y las interacciones sociales del sur de España en aquella época.
Durante el siglo XIX, pintores y literatos de toda Europa, incluyendo Francia, visitaron España buscando un país que les ofrecía la quintaesencia del idealismo romántico. El progreso en las comunicaciones convirtió a España en un destino exótico, pero a la vez cercano, para los jóvenes pintores europeos que rechazaban la burguesía industrial y la pobreza de espíritu que estaba embargando las grandes ciudades en constante crecimiento. De hecho, tras la Guerra de la Independencia nuestro país comenzó a adquirir un aura de exotismo y extravagancia que atrajo a buen número de intelectuales y artistas europeos. La Andalucía mora, el bandolero, la Iglesia oscurantista, el torero apuesto y la maja, la dama con mantilla, los niños descalzos, el mendigo lleno de harapos, la gitanilla de Cervantes... Pinturas como la que aquí presentamos nos acercan a la esencia del romanticismo, a la exaltación de lo anímico como respuesta a una época que ponía el paño sobre el altar de la Razón. Para lograr este objetivo, los pintores románticos dejaron de supeditar el color al dibujo reproduciendo así con más fuerza expresiva y un mayor naturalismo los motivos pictóricos. La pincelada se vuelve impetuosa, el color alcanza su autonomía, el empaste es más grueso, etc.