Escuela madrileña; segundo tercio del siglo XVII.
“Magdalena penitente”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Procedencia: Colección Granados, Madrid.
Medidas: 40 x 52 cm; 54,5 x 66,5 cm (marco).
En este lienzo se representa a María Magdalena como penitente en el desierto (no entendido en las escrituras como tal sino como un paraje aislado y deshabitado), vestida con una sencilla túnica y manto anaranjado, acompañada de sus atributos iconográficos; como el crucifijo, las sagradas escrituras, el perfumero y la calavera. La presente pintura muestra elementos heredados de la época barroca, sin embargo, la suavidad de las formas, la composición mesurada y un cierto luminismo, nos muestran el avance estético de la pintura, teniendo como resultado una imagen más mesurada, en la cual se nos presenta una María Magdalena, reflexiva y no la imagen dramática del personaje.
La escuela madrileña surge en torno a la corte de Felipe IV primero y Carlos II después, y se desarrolla durante todo el siglo XVII. Los analistas de esta escuela han insistido en considerar su desarrollo como un resultado del poder aglutinante de la corte; lo verdaderamente decisivo no es el lugar de nacimiento de los diferentes artistas, sino el hecho de que se eduquen y trabajen en torno y para una clientela nobiliaria y religiosa radicada junto a la realeza. Esto permite y favorece una unidad estilística, aunque se aprecien las lógicas divergencias debidas a la personalidad de los integrantes. En su origen la escuela madrileña está vinculada, pues, a la subida al trono de Felipe IV, monarca que hace de Madrid, por primera vez, un centro artístico. Esto supone un despertar de la conciencia nacionalista al permitir una liberación de los moldes italianizantes anteriores para saltar de los últimos ecos del manierismo al tenebrismo. Éste será el primer paso de la escuela, la cual en sentido gradual va caminando sucesivamente hasta la consecución de un lenguaje barroco más autóctono y ligado a las concepciones políticas, religiosas y culturales de la monarquía de los Austrias, para ir a morir con los primeros brotes del rococó que se manifiestan en la producción del último de sus representantes, A. Palomino. Las técnicas más empleadas por estos pintores serán el óleo y el fresco. Estilísticamente, se parte de un naturalismo con una notable capacidad de síntesis para desembocar oportunamente en la complejidad alegórica y formal características del barroco decorativo. Muestran estos artistas una gran preocupación por los estudios de la luz y el colorido, tal y como aquí vemos, destacando en un principio los juegos entre tonos extremos propios del tenebrismo que posteriormente van a ser sustituidos por un colorismo más exaltado y luminoso. Reciben y asimilan las influencias italianas, flamencas y velazqueñas. La clientela determinará el hecho de que la temática se reduzca casi exclusivamente a retratos y cuadros religiosos.