Círculo de BARTOLOME ESTEBAN MURILLO (Sevilla, 1617 – 1682).
“Dolorosa”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Medidas: 60 x 50 cm; 68 x 57 cm (marco).
Esta pintura se inspira en la obra realizada por Murillo entre 1660 y 1670, actualmente conservada en el Museo del Prado. La original es una pieza de gran belleza, pero también patética, propia del pleno barroco. Sin embargo, el carácter dramático se atenúa aquí con un tratamiento más uniforme de la iluminación. Asimismo, el riguroso dibujo nos habla de una cierta influencia del neoclasicismo. En esta obra se representa a María como Virgen de los Dolores y la Soledad, un tema muy del gusto de la devoción popular, que gozará de una gran difusión especialmente en las obras destinadas a capillas y altares privados. El tema se suele representar como aquí vemos, con la Virgen sola en primer plano, en un entorno oscuro e indefinido, de carácter indudablemente dramático. Aunque se trata de una fórmula compositiva que veremos muy desarrollada en el barroco naturalista, aquí responde todavía a un sentido puramente iconográfico, y de hecho deriva de modelos flamencos, de gran peso en la escuela española aún en el siglo XVI. Por otro lado, la forma de componer la imagen presenta una figura grande, monumental.
La devoción a los dolores de la Virgen hunde sus raíces en la época medieval, y fue especialmente difundida por la orden servita, fundada en 1233. Son muchas y muy variadas las representaciones iconográficas que tienen como tema central a la Virgen María en su vertiente Dolorosa, siendo la primera de ellas en las que aparece junto al Niño Jesús, que duerme ajeno al futuro de sufrimiento que le aguarda. En estas obras suele estar presente la cruz, principal símbolo de la Pasión, abraza incluso por el Niño, mientras María lo observa con expresión patética. Otra vertiente es la que forma parte de la Piedad, similar a la anterior aunque su Hijo está aquí muerto, no dormido, plasmado ya adulto y tras su crucifixión. En las representaciones más antiguas de este tema el cuerpo de Cristo aparece desproporcionadamente pequeño, a modo de símbolo del recuerdo que la madre tiene de la infancia de su Hijo, cuando lo contemplaba dormido sobre su regazo.