Escuela holandesa; siglo XVIII.
“Barcas en el puerto”.
Óleo sobre tabla.
Firmado en anagrama (A N) en la parte central de la obra.
Medidas: 24 x 34 cm; 45 x 55 cm (marco).
Sin duda, fue en la pintura de la escuela holandesa donde se manifestaron más abiertamente las consecuencias de la emancipación política de la región, así como de la prosperidad económica de la burguesía liberal. La conjunción del hallazgo de la naturaleza, de la observación objetiva, del estudio de lo concreto, de la valoración de lo cotidiano, del gusto por lo real y material, de la sensibilidad ante lo aparentemente insignificante, hizo que el artista holandés comulgase con la realidad del día a día, sin buscar ningún ideal ajeno a esa misma realidad. No pretendió el pintor trascender el presente y la materialidad de la naturaleza objetiva o evadirse de la realidad tangible, sino envolverse en ella, embriagarse de ella a través del triunfo del realismo, un realismo de pura ficción ilusoria, lograda gracias a una técnica perfecta y magistral y a una sutileza conceptual en el tratamiento lírico de la luz. A causa de la ruptura con Roma y de la tendencia iconoclasta de la Iglesia reformada, las pinturas de tema religioso acabaron por eliminarse como complemento decorativo con finalidad devocional, y además las historias mitológicas perdieron su tono heroico y sensual, de acuerdo con la nueva sociedad. Así el retrato, el paisaje y los animales, la naturaleza muerta y la pintura de género fueron las fórmulas temáticas que cobraron valor por sí mismas y que, como objetos propios del mobiliario doméstico –de ahí las reducidas dimensiones de los cuadros-, fueron adquiridas por individuos de casi todas las clases y estamentos sociales.