Escuela española; segundo tercio del siglo XVI.
“San Antón”.
Óleo sobre tabla.
Presenta faltas.
Medidas. 85 x 69 cm; 89 x 75 cm (marco).
Según la leyenda, San Antonio Abad nace en Egipto en el año 251, y muy joven se retira a la soledad del desierto. Hacia el final de su vida, visitó a Pablo el ermitaño, superior de los anacoretas de la Tebaida, milagrosamente alimentado por un cuervo que ese día llevó en su pico doble ración de pan. Algún tiempo después, al enterarse de la muerte de su venerable hermano, fue a enterrarlo ayudado por dos leones. Además, en Cataluña se le atribuyeron aventuras y milagros que sirvieron de tema a Jaume Huguet para su retablo de San Antonio en Barcelona. La orden de los antoninos se fundó en el siglo XI bajo la advocación de San Antonio como santo curador. Para mantener sus encomiendas y hospitales, los antoninos se dedicaban a la crianza de cerdos. Gozaban del privilegio de dejar vagar a sus animales, reconocibles por la campanilla que tintineaba en sus cuellos, por las calles de los pueblos y los terrenos comunales. De ahí que uno de los atributos más populares del santo sea un animal con cencerro al cuello, normalmente un cerdo. La extraordinaria popularidad de San Antonio se debe, no obstante, a su fama como santo curador, y de ahí que se le represente aquí con una muleta como atributo iconográfico. Habitualmente, a este santo se le representa como un anciano barbado que viste un sayal con capucha, prenda común de los antoninos. Aparte de los ya mencionados, otro de sus atributos más frecuentes es la tau.
España es, a comienzos del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir los nuevos conceptos humanistas de vida y arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las implantadas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. Pronto se empieza a valorar la anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y del equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras; pero la fuerte tradición gótica mantiene la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores esculturas renacentistas. Esta fuerte y sana tradición favorece la continuidad de la pintura religiosa que acepta lo que de belleza formal le ofrece el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evita su predominio sobre el contenido inmaterial que anima las formas. En los primeros años de la centuria llegan a nuestras tierras obras italianas y se produce la marcha de algunos de nuestros artistas a Italia, donde aprenden de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, fuese Florencia o Roma, e incluso en Nápoles.