Escuela española, ca. 1852, siglo XIX. Seguidor de BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO, (Sevilla, 1617 – Cádiz, 1682).
“Los niños de la concha”.
Óleo sobre lienzo.
Presenta restauraciones antiguas y dos parches.
Medidas: 75 x 95 cm.; 102 x 124 cm. (marco).
Esta pintura sigue fielmente y con gran destreza el modelo que Murillo realizó hacia 1670, actualmente conservado en el Museo del Prado, procedente de la colección real y que representa a Jesús niño con San Juanito. Se trata de una de las obras más populares del pintor, ya que conjuga un tema muy del gusto de la religiosidad popular con un tratamiento naturalista y una especial maestría en el tratamiento de los niños, algo característico del estilo de Murillo, quien es considerado uno de los mejores pintores de niños del arte español.
De la infancia y juventud de Murillo poco se sabe, salvo que quedó huérfano de padre en 1627 y de madre en 1628, motivo por el que pasó a ser tutelado por su cuñado. Hacia 1635 debió iniciar su aprendizaje como pintor, muy posiblemente con Juan del Castillo, quien estaba casado con una prima suya. Esta relación laboral y artística se prolongaría unos seis años, como era habitual en aquella época. A partir de su matrimonio, en 1645, se inicia la que será una brillante carrera que progresivamente le fue convirtiendo en el pintor más famoso y cotizado de Sevilla. El único viaje del que se tiene constancia que realizó se documenta en 1658, año en que Murillo estuvo en Madrid durante varios meses. Puede pensarse que en la corte mantuvo contacto con los pintores que allí residían, como Velázquez, Zurbarán y Cano, y que tuviese acceso a la colección de pinturas del Palacio Real, magnífico tema de estudio para todos aquellos artistas que pasaban por la corte. Pese a las pocas referencias documentales respecto a sus años de madurez, sabemos que gozó de una vida desahogada, que le permitió mantener un alto nivel de vida y varios aprendices. El haberse convertido en el primer pintor de la ciudad, superando en fama incluso a Zurbarán, movió su voluntad de elevar el nivel artístico de la pintura local. Por ello en 1660 decidió, junto con Francisco Herrera el Mozo, fundar una academia de pintura de la que fue el principal impulsor. Su fama se extendió hasta tal punto, por todo el territorio nacional, que Palomino indica que hacia 1670 el rey Carlos II le ofreció la posibilidad de trasladarse a Madrid para trabajar allí como pintor de corte. No sabemos si tal referencia es cierta, pero el hecho es que Murillo permaneció en Sevilla hasta el final de su vida. Actualmente se conservan obras suyas en las pinacotecas más importantes del mundo, como el Museo del Prado, el Hermitage de San Petersburgo, el Kunsthistorisches de Viena, el Louvre en París, el Metropolitan de Nueva York o la National Gallery de Londres, entre muchos otros.