Escuela española; siglo XVIII.
“Inmaculada Concepción “.
Óleo sobre lienzo.
Conserva tela original.
Presenta faltas en el marco.
Medidas: 41 x 30 cm; 63 x 52 cm (marco).
Nos encontramos frente a una representación de la Virgen monumental, especialmente visible gracias a la estricta frontalidad de la protagonista y a la disposición central, correspondiendo a unos conceptos estéticos herederos del barroco. Vemos así a una Inmaculada ceñida a los esquemas del siglo precedente, con una figura que se inscribe en un rompimiento de gloria de concepción escenográfica apoyada en cromatismos fríos.
El tema de la Inmaculada Concepción, muy frecuente en el arte español del siglo XVII, llegó a constituir una de las señas de identidad nacionales de España como país católico. Se trata de uno de los temas más genuinamente locales de la pintura española barroca, dado que nuestro país fue el principal defensor de este misterio, y aquel que luchó con mayor insistencia para convertirlo en dogma de fe. En este contexto, numerosos artistas e intelectuales trabajaron para construir una iconografía clara que ayudara a la difusión de la Inmaculada, reuniendo simbología y fervor popular. Basándose en los avances previos de pintores como Juan de Juanes, será Murillo quien construya la imagen definitiva de la Inmaculada, hallando una fórmula que le permitía reunir en una imagen todos los rasgos necesarios. Así, crea una nueva tipología donde María ya no es la niña de las obras de Zurbarán y Velázquez, y queda libre de la sobrecarga de elementos y atributos iconográficos y simbólicos propia de las versiones anteriores. Desaparecen así las alusiones a las Letanías, básicas en la iconografía precedente, y la imagen se reduce a los elementos esenciales: la Virgen, esplendorosa en su ascenso a los cielos, pisando la media luna que alude a la castidad de Diana y rodeada de angelitos, nubes y luz dorada. Se conjuga así, de hecho, con la temática de la Asunción, sin que por ello el mensaje pierda fuerza. Esta nueva concepción se convierte pronto en la más pura fórmula de representación de la gloria de María, trascendiendo la intención original de crear una nueva iconografía inmaculista.