Escuela española; c. 1800.
“San Pablo”.
Óleo sobre lienzo.
Poseen marco del siglo XIX.
Medidas: 48 x 34 cm; 55 x 42 cm (marco).
La figura del apóstol ha sido captada sin ningún detalle que distraiga al espectador, excepto la espada propia de su iconografía, de tal modo que el protagonista se alza imponente sobre la oscuridad del fondo. San Pablo era un judío helenizado de la Diáspora, nacido en Tarso. Era, por lo tanto, judío por su origen étnico, griego por su cultura y romano por su nacionalidad. Recibió el nombre de Saulo, que cambió por Pablo tras su conversión. Nacido a principios del siglo I, estudió en Jerusalén con el rabino Gamaliel, quien se destacó por su oposición hacia los cristianos. Un día, alrededor del año 35, cuando iba de Jerusalén a Damasco, fue deslumbrado por un rayo y cayó de su caballo. Entonces escuchó la voz de Jesús que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. A raíz de esta experiencia, el santo pasó bruscamente de perseguidor a defensor del cristianismo. Tras curar la ceguera de un cristiano en Damasco, inició su vida de misionero, llegando a Jerusalén, donde entró en contacto con Pedro y los demás apóstoles. En la Edad Media, numerosas corporaciones fueron puestas bajo su patronazgo, debido a distintos aspectos de su iconografía, vida y milagros. No obstante, San Pablo nunca fue un santo popular, lo que prueba la relativa pobreza de su iconografía. De hecho, el papel que ocupa en el arte no guarda proporción con su importancia en la difusión del cristianismo. En el arte cristiano primitivo, sólo tiene como atributos un libro o un rollo, y en el siglo XIII aparece su emblema: la espada, que fue instrumento de su martirio.