Atribuido a JOSÉ DE ARELLANO (Madrid, doc. 1665 – 1710).
“Floreros”.
Óleos sobre lienzos. Reentelados en el siglo XIX.
Presentan restauraciones en la superficie pictórica y daños en el marco provocados por xilófagos.
Medidas: 53 x 96 cm (x2); 71 x 87 cm (marcos, x2).
Pareja de bodegones de flores perfectamente enmarcados dentro del barroco pleno español, con un magnífico tratamiento de las calidades, los colores y, especialmente, la efectista iluminación tenebrista, que dota a las flores de una presencia y un aspecto tridimensional que alcanza un nivel ilusionista, casi de trampantojo. Las flores, trabajadas en ambos cuadros en tonos rojos, ocres y blancos, surgen de la penumbra del entorno En ambos casos el jarrón se sitúa en un pedestal de perfiles irregulares, de aspecto pétreo, trabajado en los mismos tonos neutros del fondo, indeterminado, no sabemos si interior o exterior. El pretil destaca sobre el fondo al quedar algo más iluminado, reforzando la construcción espacial de forma naturalista.
Estéticamente la obra se acerca a los preceptos de José de Arellano, pintor especializado en la temática del bodegón de flores, José de Arellano fue discípulo de su padre, Juan de Arellano, uno de los más destacados especialistas en pintura de flores del barroco español. Fue asimismo hermano de los también pintores Manuel y Julián de Arellano. Siguió de forma fiel el estilo de su padre, hasta el punto de que varias de sus obras han sido atribuidas a éste. No obstante, su lenguaje se diferencia del de Juan de Arellano en su pincelada más seca y su paleta más apagada. Poco sabemos a nivel documental de su biografía, aunque sí conocemos la fecha de su bautizo, que tuvo lugar en la parroquia de San Ginés de Madrid en 1653, siendo su padrino el también pintor Juan Fernández de Laredo. Actualmente está representado en el Museo del Prado (obras en depósito en el Ayuntamiento y la Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria y la Embajada de España en la ONU, en Nueva York). Mientras durante la primera mitad del siglo el bodegón es ordenado y claro, de estética clasicista, las obras de la segunda mitad del siglo presentan unas características bien diferentes, fruto de la evolución estilística hacia el pleno barroco, dejado ya atrás el clasicismo dominante de principios de siglo. En obras como la pareja de floreros que aquí presentamos se mantiene el gusto por el extremo naturalismo, que lleva al autor a describir minuciosamente no sólo los detalles de las flores y los jarrones, sino también a transmitir sus diferentes calidades táctiles.