y volver al lote.
01 Oct 2024 16:31
ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 – 1668).
“San Buenaventura”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Obra expuesta en el Museo de Bellas Artes de Murcia.
Obra reproducida en el catálogo "Maestros del Barroco español, colección Granados, Obra Inédita. Museo de Bellas Artes de Murcia. 2020-2021. p. 97.
Bibliografía: Palencia Cerezo, José María y Pascual Chenel, Álvaro (dirs.). Maestros del Barroco español. Colección Granados. Obra inédita. Cat. exp. Murcia: Museo de Bellas Artes, 2020, pp. 94-96, nº cat. 23.
Presenta repintes y restauraciones sobre la superficie pictórica.
Presenta sello de lacre al dorso.
Medidas: 83 x 65 cm; 95 x 77 cm (marco).
La obra que representa a San Buenaventura, posee una composición sobria adscrita a los patrones estilísticos propios de la época y del género. El Santo, se encuentra retratado de frente al espectador en la zona central y de busto alargado como es habitual. Su mirada queda dirigida hacia el espectador, sin atender al libro y a la pluma que sostiene con sus manos. La profundidad de su mirada sumada a la veracidad del rostro anciano y la monumentalidad del protagonista configuran un retrato que trasciende la mera representación religiosa a favor de un retrato que posee una gran carga psicológica. Las características estilísticas de la pieza indican que se puede tratar de una obra realizada en un periodo de madurez del artista, siguiendo el modelo del San Pablo del Museo de Bellas Artes de Córdoba. Por el cromatismo y vibración de su pincelada, creemos que debe de relacionarse más directamente con el lienzo de Castillo titulado San Francisco y Santo Domingo en el capítulo de las esteras, existente en Madrid en la colección de la marquesa de Santa Cruz, que fue dado a conocer por Nancarrow Taggard y Navarrte Prieto en 2004 (véase Nancarrow y Navarrete, 2004, pp.316-317). Se trata de una de sus “pinturas narrativas” menos conocidas, y constituye un verdadero compendio de los tipos y rostros más frecuentes en su obra, que normalmente utilizó en diferentes posiciones para ambientar en una misma escena. En la derecha del cuadro aparecen, de izquierda a derecha, tres de ellos, reconocidos por estos autores como el hermano Elías, el obispo de Viterbo y el cardenal Ugolino, que se sabe asistieron al capítulo franciscano celebrado en Asís en 1221 que el cuadro celebra. Pues bien, el rostro del Cardenal Ugolino es muy semejante al que presenta este San Buenaventura, como denota su poblada barba, aunque allí lleva colocado el capello, lo que dificulta el apreciar con detalle los rasgos de su rostro.
Antonio Castillo es el pintor considerado padre de la escuela cordobesa, fue también policromador y diseñador de proyectos arquitectónicos, decorativos y de orfebrería. Fue hijo de Agustín del Castillo, pintor poco conocido natural de Llerena (Extremadura) al que Palomino califica como “excelente pintor”. También se cree que pudo formarse como policromador en el taller de Calderón. No obstante, quedó huérfano con sólo diez años, en 1626, y pasó a desarrollar su formación en el taller de otro pintor del que no tenemos noticias, Ignacio Aedo Calderón. Aunque no existen pruebas efectivas de ello, se cree que pudo llegar a Sevilla, donde según indica Palomino ingresó en el taller de Zurbarán. Esto ha sido corroborado por la influencia estilística del maestro extremeño que los historiadores han visto en la obra de Castillo. No obstante, en 1635 se encuentra de nuevo en su Córdoba natal, y allí contraerá matrimonio y se instalará de forma definitiva, para finalmente convertirse sin discusión en el artista más importante de la ciudad. Su fama y calidad le granjearon importantes encargos, entre ellos obra religiosa de altar, retratos y series de mediano formato. Fue asimismo maestro de destacados pintores cordobeses de la siguiente generación, como Juan de Alfaro y Gámez. Respecto a su lenguaje, Antonio del Castillo no desarrolló una evidente evolución en su obra, si bien hacia el final de su vida se aprecia un lenguaje más suavizado, y se mantuvo al margen de las novedades barroquizantes de otros pintores contemporáneos. No obstante, se dejó seducir como el resto de sus contemporáneos por la novedad de la obra de Murillo, e introducirá en sus últimos años la suavidad cromática veneciana del maestro sevillano.