y volver al lote.
01 Oct 2024 17:53
Atribuido a MATEO CEREZO (Burgos, 1637-Madrid, 1666).
“Bodegón”.
Óleo sobre lienzo.
Presenta inscripción con antigua atribución.
Posee marco del siglo XVII con daños provocados por xilófagos y restauraciones.
Medidas: 45,5 x61,5 cm; 64,5 x 68 cm (marco).
Tanto la disposición de los elementos de la obra, como aquellos que la conforman recuerdan en gran medida a la pintura “Bodegón de pescados” de Mateo Cerezo que se encuentra el Museo Nacional de San Carlos de Méjico. Además, la composición asimétrica, la colocación informal de los elementos y la pincelada densa nos muestran la clara influencia estilística del maestro burgalés en la factura de este pintor.
Mateo Cerezo se formó en Madrid, entrando a formar parte del taller de Carreño. Fue un artista muy solicitado por una variada clientela, sobre todo por su pintura religiosa, aunque también abordara otros géneros. En este sentido, el tratadista y biógrafo Palomino declaraba el primor con el que realizaba «bodegoncillos, con tan superior excelencia, que ningunos le aventajaron», juicio plenamente corroborado al contemplar las obras del Museo Nacional de San Carlos de México, que aparecen firmadas y fechadas. Con base a ellas, Pérez Sánchez le atribuyó el Bodegón de cocina comprado por el Museo del Prado en 1970, una obra de evidente influencia flamenca que, en ocasiones, ha hecho pensar en Pereda. Y es que los trabajos de este artista vallisoletano también se han señalado como ascendientes de Cerezo, sobre todo en sus primeras creaciones. Sabemos que en 1659 Cerezo trabajaba en Valladolid, donde dejó unas obras algo más toscas de las que realizó en la década siguiente. En sus trabajos se afirma como fiel seguidor de Carreño, de quien se convirtió en uno de sus mejores colaboradores. El maestro le mostró el camino en el que él mismo profundizó después, continuando la senda de Van Dyck y Tiziano. Así, Cerezo desarrolla unas composiciones que se abren en amplias y complejas escenografías, concebidas con un distinguido refinamiento, que se manifiesta tanto en el conjunto de la obra como en los más menudos detalles. Al igual que el maestro de Amberes, dota a sus personajes de una rica magnificencia en sus ropajes, aplicando una pincelada fluida y ligera, contrastada por unos ricos juegos de luces. De todo ello es soberbio ejemplo el lienzo Los desposorios místicos de santa Catalina del Prado, firmado y fechado en 1660.