ANTONIO PONCE (Valladolid, h. 1608–h. 1667)
“Bodegón”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Medidas: 56 x 99 cm; 66 x 110 cm (marco).
Formalmente en esta obra destaca el delicado tratamiento de las diferentes calidades y texturas: la vasija, las hojas de las ramas de las frutas, etc, calidades que quedan realzadas con el uso de un fondo completamente oscuro que apoya mayor tridimensionalidad a los alimentos que conforman este bodegón. obra muestra cierta influencia tenebrista y la iluminación resalta los volúmenes en contraste con las sombras. La paleta reducida favorece los tonos tierra animados con toques de rojos, blancos y amarillos. Algunas de estas características recuerdan la obra de Loarte o el último periodo de Van der Hamen: una acumulación de objetos que transmite una especie de desorganización confusa, fondos algo más claros, finas calidades táctiles, y el juego de diagonales sugieren una nueva consideración de lo inerte. Una nueva consideración de los aspectos inertes de la naturaleza muerta en el umbral del dinamismo creciente del Barroco. Su maestría técnica es innegable. con una sucesión de pinceladas planas interrumpidas intermitentemente por toques más que transmiten el reflejo de la luz que entra por la izquierda. Como a menudo con este artista, hay una curiosa manera de delimitar los perfiles de ciertos elementos con trazos más gruesos e insistentes que subrayan su realidad con mayor vigor.
En 1624, Antonio Ponce entró como aprendiz en el taller de Juan Van der Hamen, el pintor de bodegones más famoso de la época. La influencia de su maestro se revela en sus primeros pinturas, con una disposición sobre entablamentos de piedra a veces superpuestos y la fuerte iluminación claroscurista de origen caravaggesco. Como pintor de naturalezas muertas ha abordado una gran variedad de temas y formatos, frutas y verduras, así como caza y flores, series de meses y pequeños cuadros de gabinete. De 1637 a 1638, Ponce trabajó en el palacio del Buen Retiro (Madrid), construido por el rey Felipe IV. En julio y agosto de 1649, colabora con un grupo de artistas en la decoración efímera de las gradas de la plaza y las escaleras de la iglesia de San Felipe el Real, como parte de los festejos de la entrada de Mariana de Austria. En la década de 1640, adoptó fondos más claros y luminosos que daban matizados por contrastes suaves y una escala cromática tendente al gris.