y volver al lote.
28 Oct 2024 00:00
Escuela española del siglo XVII.
“San Jerónimo en su estudio”.
Óleo sobre lienzo.
Presenta repintes.
Medidas: 95 x 74 cm.; 102 x 80.5 cm. (marco).
En esta obra el pintor nos ofrece una imagen dramática y cargada de emoción mística, muy propia del arte contrarreformista español. Así, vemos una obra de composición clara y escueta, con el santo de medio cuerpo en primer plano, destacado por la iluminación directa, tenebrista, sobre un fondo neutro y oscuro. Como también es habitual en este momento dentro de la escuela española, san Jerónimo aparece durante su periodo de penitencia en el desierto, muy delgado y extenuado físicamente, escribiendo y meditando. No aparecen más atributos iconográficos que compliquen la lectura o resten naturalismo a la imagen, y de hecho el realismo es básico en la composición, tanto a nivel lumínico como en la representación de los objetos y, de forma especial, de la anatomía del santo. Alejado de toda idealización, se trata de un cuerpo anciano de rostro sufriente, dotado de una gran expresividad, que dirige una mirada perdida, ausente, hacia la lejanía, mientras escribe sus escrituras. Junto a la mesa descansa la calavera, símbolo del tempus fugit, y el león que le acompaño desde que sacó la espina de la plata. .
Uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Latina, san Jerónimo nació cerca de Aquilea (Italia) en el año 347. Formado en Roma, fue un retórico consumado, además de políglota. Bautizado a los diecinueve años de edad, entre los años 375 y 378 se retiró al desierto de Siria para llevar una existencia de anacoreta. Regresó a Roma en el 382 y se convirtió en colaborador del papa Dámaso. Una de las representaciones más frecuentes de este santo es su penitencia en el desierto. Sus atributos son la piedra que emplea para golpearse el pecho y la calavera sobre la que medita. También el capelo cardenalicio (o bien un manto rojo), a pesar de que nunca fue cardenal, y el león domesticado. Este último procede de una historia de la “Leyenda Dorada”, donde se narra que un día, cuando explicaba la Biblia a los monjes de su convento, vio llegar a un león que cojeaba. Le extrajo la espina de la pata, y desde entonces lo mantuvo a su servicio, encargándole que cuidase de su asno mientras pacía. Unos mercaderes robaron el asno, y el león lo recuperó, devolviéndoselo al santo sin herir al animal.