y volver al lote.
25 Sep 2024 18:32
Escuela italiana, primera mitad del siglo XVII.
“San Jerónimo penitente”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Saltos y restauraciones.
Medidas: 132 x 95 cm.
En esta pintura adscrita al barroco italiano, San Jerónimo es representado en primer término tomando entre sus manos una calavera y abriéndose ante él, en una página aleatoria, un volumen de los Evangelios. Ambos atributos se interpretan simbólicamente como una reflexión sobre la vanidad de los bienes terrenales y la fugacidad de la existencia (el tema de la Vanitas), así como el papel del santo como primer traductor de la Biblia. Los rasgos enjutos del rostro han sido cincelados con un expresivo claroscuro. Los intensos contrastes lumínicos, arraigados en la tradición caravaggista, imprimen un cariz sobrenatural al paisaje de virajes cobalto que acoge al santo. La larga barba chispea en sutiles mechones con destellos dorados, y el tono broncíneo se prolonga en las vívidas carnaciones. Los labios entreabiertos y los pliegues de la frente concentran una imagen sumamente emotiva, característica de las pinturas devocionales del siglo XVII.
Uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Latina, san Jerónimo nació cerca de Aquilea (Italia) en el año 347. Formado en Roma, fue un retórico consumado, además de políglota. Bautizado a los diecinueve años de edad, entre los años 375 y 378 se retiró al desierto de Siria para llevar una existencia de anacoreta. Regresó a Roma en el 382 y se convirtió en colaborador del papa Dámaso. Una de las representaciones más frecuentes de este santo es su penitencia en el desierto. Sus atributos son la piedra que emplea para golpearse el pecho y la calavera sobre la que medita. También el capelo cardenalicio (o bien un manto rojo), a pesar de que nunca fue cardenal, y el león domesticado. Este último procede de una historia de la “Leyenda Dorada”, donde se narra que un día, cuando explicaba la Biblia a los monjes de su convento, vio llegar a un león que cojeaba. Le extrajo la espina de la pata, y desde entonces lo mantuvo a su servicio, encargándole que cuidase de su asno mientras pacía. Unos mercaderes robaron el asno, y el león lo recuperó, devolviéndoselo al santo sin herir al animal.