Escritorio-papelera Virreinal. Perú, ca. 1700.
Madera de nogal
Taracea de boj, ébano y palosanto.
Tiene llave.
Pies en hierro forjado.
Buen estado de conservación.
Presenta marcas de uso.
Modelos similares se conservan en el Museo de América de Madrid.
Medidas: 45 x 78 x38 cm.(cerrado); 45 x 78 x 77 cm.(abierto); 123,5 x 78 x 38 cm.(pies).
Excepcional escritorio-papelera de época Virreinal, con tapa frontal abatible. Tanto la muestra interior como la tapa, el sobre y los flancos, han sido taraceados con un exquisito trabajo de marquetería, combinando boj, ébano y palosanto sobre nogal. El tipo de decoración denota la fructífera fusión de influencias entre el gusto autóctono del arte indígena y los parámetros impuestos por los gremios europeos en el Perú virreinal. Así, los preceptos ornamentales del barroco se alían con la desbordante imaginación local: aves tropicales posadas en ramilletes floridos, personajes folclóricos con atavíos campestres y cervatillos correteando en la selva conviven con águilas imperiales y rosetas inscritas en cuadrículas. La profusión ornamental queda subsumida por una voluntad ordenadora, que se consigue mediante los contornos fileteados en los cajones y las orlas de laurel. La tipología del mueble, en forma de forma paralelípedo, responde a la doble función de papelera (con cajones y gavetas para guardar documentos) y escritorio con tapa abatible.
Desde los primeros asentamientos españoles en América, la ebanistería encontró un desarrollo paralelo al de otras artes y artesanías. Por una parte, se exportaron todo tipo de mobiliario a las colonias, y por otra se asentaron en las ciudades virreinales gremios de artistas que inculcaron conocimientos de impronta europea a los indígenas. En la tipología de mueble donde mejor se manifiesta el sincretismo estilístico son los escritorios y papeleras. Estrictamente hablando, la palabra "bargueño" con la que se etiqueta este tipo de muebles debería limitarse a las papeleras-escritorio realizadas a partir del siglo XIX, no a las de época virreinal. El nombre "vargueño" empezó a difundirse a partir de la producción de papeleras en el pueblo de Vargas de Toledo a partir de mediados del siglo diecinueve.