Escuela española, ca. 1800.
“Inmaculada”.
Madera tallada y policromada.
Presenta faltas.
Medidas: 70 x 29 x 17 cm.
La figura de la Virgen como Purísima Concepción se alza sobre una base en madera tallada de molduras curvas y grandes roleos que representan nubes y una media luna creciente. Con su pie derecho pisa la serpiente, símbolo del mal. María se erige solemne envuelta en una túnica blanca y un manto azul de borde con reborde y estampados dorados. La joven Virgen une sus manos sobre el pecho, y mantiene la mirada baja, con los ojos entrecerrados que aportan un gran naturalismo al gueto del rostro. Sus rasgos finos, idealizados, aportan una calma a la figura también habitual en las Inmaculadas.
El tema de la Inmaculada Concepción, muy frecuente en el arte español a partir del siglo XVII, llegó a constituir una de las señas de identidad nacionales de España como país católico. Se trata de uno de los temas más genuinamente locales de la pintura española barroca, dado que nuestro país fue el principal defensor de este misterio, y aquel que luchó con mayor insistencia para convertirlo en dogma de fe. En este contexto, numerosos artistas e intelectuales trabajaron para construir una iconografía clara que ayudara a la difusión de la Inmaculada, reuniendo simbología y fervor popular. Basándose en los avances previos de pintores como Juan de Juanes, será Murillo quien construya la imagen definitiva de la Inmaculada, hallando una fórmula que le permitía reunir en una imagen todos los rasgos necesarios. Así, crea una nueva tipología donde María ya no es la niña de las obras de Zurbarán y Velázquez, y queda libre de la sobrecarga de elementos y atributos iconográficos y simbólicos propia de las versiones anteriores. Desaparecen así las alusiones a las Letanías, básicas en la iconografía precedente, y la imagen se reduce a los elementos esenciales: la Virgen, esplendorosa en su ascenso a los cielos, pisando la media luna que alude a la castidad de Diana y rodeada de angelitos, nubes y luz dorada. Se conjuga así, de hecho, con la temática de la Asunción, sin que por ello el mensaje pierda fuerza. Esta nueva concepción se convierte pronto en la más pura fórmula de representación de la gloria de María, trascendiendo la intención original de crear una nueva iconografía inmaculista.