Escuela española; primera mitad del siglo XVII.
“Niño Jesús bendiciendo”.
Madera tallada policromada.
Medidas: 74 x 37 x 23 cm.
La peana que eleva la figura cuenta con una elaborada decoración a base de elementos inspirados en la arquitectura, con unas líneas muy movidas que aluden a su pertenencia al Barroco. El Niño se encuentra descalzo, apoyando sus pies sobre un cojín tallado. Desnudo, el Niño alza una de sus manos en un gesto de bendición, de un modo sutil, armonizando con el gesto del rostro. Los cabellos rizados muestran aporta movimiento al rostro, sereno y serio, con la mirada al frente y los rasgos finos y delicados. Se trata de una talla magníficamente trabajada a nivel anatómico, en un estilo de transición entre el Renacimiento y el Barroco, lo que se aprecia en la idealización del canon, su sutil contrapposto, acompañado sin embargo de un claro interés naturalista en la plasmación de las carnaciones. Asimismo, el rostro del niño, con sus grandes ojos y los carnosos labios perfilados, es sumamente expresivo.
Es preciso destacar, por un lado, la importante policromía de la escultura, del Barroco florido, y, por otro, el parecido con ciertas obras del circulo de Gaspar Núñez Delgado, escultor de origen abulense activo en Sevilla, entre 1581 y 1606. Este tipo de tallas fueron muy habituales en iglesias, conventos, monasterios y capillas privadas, con particular preferencia por ellos en las organizaciones y entornos femeninos por considerar la devoción al Niño una más apropiada para el género femenino. Asimismo, era muy común el tallar a Jesús de cuerpo entero desnudo, permitiendo el vestirlo con textiles para dar un mayor realismo. La escultura barroca española es uno de los ejemplos más auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y su forma de expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción popular. La escultura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática preferente de la escultura española de este período, que parte en las primeras décadas del siglo de un prioritario interés por captar el natural, para ir intensificando progresivamente a lo largo de la centuria la plasmación de valores expresivos.