Escuela española; principios del siglo XVII.
“Cristo”.
Madera tallada y policromada.
Presenta restauraciones.
Medidas: 90 x 45 x 18 cm.
Las Crucifixiones y crucifijos han aparecido en la historia del arte y la cultura popular desde antes de la era del Imperio Romano Obra escultórica de bulto redondo que representa a Cristo Crucificado. La figura de Jesús se muestra ya muerta con una e anatomía descarnada; clavado con cuatro clavos; la cabeza ligeramente inclinada hacia su lado derecho; el paño de pureza grande, con abundantes pliegues quebrados, se anuda en su cadera derecha dejando caer uno de sus extremos. La cabeza es de tipo oval, con cabello largo y ondulado, que cae sobre su hombro derecho, con corona de espinas trenzada en madejas grandes sobre la frente, ojos cerrados, cejas casi rectas, nariz larga, boca pequeña y barba afilada. Su canon es alargado, cuyo torso marca claramente los costillares; y las extremidades son bastante delgadas, con las manos que tienden a cerrarse, y los pies cruzados.
Estilísticamente la obra recuerda a modelos creados por el pintor y escultor renacentista Gaspar Becerra Padilla. Nació en Baeza aunque fue a Roma en 1545 y estudió con Giorgio Vasari, quien ayudó a pintar el vestíbulo del Palazzo della Cancelleria. Trabajó con Daniele da Volterra en la iglesia Trinità dei Monti, donde, en 1555, pintó una 'Natividad'. En 1551, el Príncipe Felipe de España donó fondos para encargar a Becerra que proporcionara un tabernáculo de oro para San Giacomo degli Spagnoli, la iglesia nacional española en Roma. En 1556 Becerra volvió a España y se radicó en Zaragoza por un tiempo. Felipe II lo empleó extensamente y decoró muchas de las habitaciones del palacio de Madrid con frescos. También pintó retablos para varias de las iglesias, la mayoría de las cuales han sido destruidas. En 1562 completó el retablo mayor del altar del Convento de las Descalzas Reales, que fue considerada su obra maestra. Su fama como escultor casi superó a la de pintor. Una de sus mejores obras fue una magnífica figura de la Virgen María, que fue destruida. Isabel de Valois también le encargó una estatua de Nuestra Señora de la Soledad en la capilla de la Orden de los Mínimos del convento de Nuestra Señora de la Victoria. El altar mayor de la Catedral de Astorga (1558) se considera una obra maestra de la escultura renacentista española.
Entre sus alumnos estaban Miguel Barroso, que trabajó en Toledo en 1585 y, tras convertirse en pintor real en 1589, pintó algunos frescos en El Escorial; Bartolomé del Río Bernuís; Francisco López y Jerónimo Vázquez.