Atribuido a FRANCISCO LAMEYER Y BERENGUER (Puerto de Santa María, Cádiz, 1825-Madrid, 1877).
“Maja con abanico”.
Óleo sobre tela.
Medidas: 32 x 24 cm; 44,5 x 37 cm (marco).
En esta obra el pintor nos ofrece una imagen de gran expresividad plástica, con una composición sencilla en la que vemos a una mujer de busto, en primerísimo plano, ante un fondo neutro y que realza su presencia. El resultado asombra por la captación verídica y convincente de la personalidad de la dama: un carácter tranquilo que transmite tristeza en su mirada.
Estéticamente la obra recuerda en gran medida a la pintura de Lameyer y Berenguer, quien nació en El Puerto de Santa María, pero su familia se trasladó a Madrid cuando él aún era un niño. En cuanto tuvo edad suficiente empezó a trabajar con el grabador de Vicente Castelló. Posteriormente realizó colaboraciones en El Siglo Pintoresco, revista fundada por Castelló. En 1841 ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde estudió con José de Madrazo, conoció a su hijo Luis y, a través de él, se hizo amigo de toda la familia Madrazo. Dos años más tarde, impulsado por la necesidad de mantener a su familia se unió a la Armada española como funcionario administrativo. Aunque esto le impidió seguir su carrera artística, continuó trabajando en sus tiempos libres; completando 125 dibujos para Escenas Andaluzas de Serafín Estébanez Calderón (publicado en 1847). De 1854 a 1859 estuvo en Filipinas, donde dirigió la comisaría. Regresó a España en 1860. En 1863 acompañó a Marià Fortuny (a quien había conocido a través de los Madrazos) en un viaje a Marruecos, donde visitó Tánger y Tetuán. El país todavía estaba en cierto desorden debido a la reciente guerra hispano-marroquí. Esto sirvió de inspiración para su obra más conocida, El asalto de los moros, que representa una incursión del siglo XVIII en el barrio judío de Tetuán. Al regresar a Madrid montó un estudio y comenzó a crear cuadros a partir de los bocetos que había realizado. De 1872 a 1873 visitó Egipto y Palestina. Mientras estuvo en Egipto, adquirió varias antigüedades, que vendió al Museo Arqueológico Nacional de España, aliviando así algunas cargas económicas. Continuó viviendo en Madrid, pero realizó frecuentes viajes a París; en parte debido a la inestabilidad política en España que resultó en la Tercera Guerra Carlista.