Escuela madrileña; segunda mitad del siglo XVII.
“El bautismo de Cristo”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Posee firma apócrifa.
Medidas: 70 x 50 cm.
La presente obra muestra un paisaje idealizado natural al fondo, con las figuras a gran tamaño en primer término, como era habitual tras las disposiciones del Concilio de Trento que dirigió el cambio del catolicismo romano en la Contrarreforma. A la derecha, vestido con la típica piel sin acabar de curtir en tonos marrones pero en este caso sin su característico manto rojo, se sitúa San Juan Bautista, vertiendo agua sobre Cristo y con su báculo con filacteria sostenido por su mano izquierda. Cristo solo esta vestido sólo con un paño de pureza y adopta un gesto de humildad al inclinar su cabeza mientras sostiene sus dos manos entrelazadas en el pecho. Iconográficamente, el tema del Bautismo de Cristo es uno de los más antiguos del arte cristiano por la importancia teológica del mismo y del Sacramento que se desprende de él (motivo éste por el que ha sufrido variaciones que, en ocasiones, se pueden relacionar con variaciones litúrgicas en el Sacramento del Bautismo). Como es lógico, ha variado según el momento, el estilo y la escuela a la que cada obra pertenece.
La escuela madrileña surge en torno a la corte de Felipe IV primero y Carlos II después, y se desarrolla durante todo el siglo XVII. Los analistas de esta escuela han insistido en considerar su desarrollo como un resultado del poder aglutinante de la corte; lo verdaderamente decisivo no es el lugar de nacimiento de los diferentes artistas, sino el hecho de que se eduquen y trabajen en torno y para una clientela nobiliaria y religiosa radicada junto a la realeza. Esto permite y favorece una unidad estilística, aunque se aprecien las lógicas divergencias debidas a la personalidad de los integrantes. En su origen la escuela madrileña está vinculada, pues, a la subida al trono de Felipe IV, monarca que hace de Madrid, por primera vez, un centro artístico. Esto supone un despertar de la conciencia nacionalista al permitir una liberación de los moldes italianizantes anteriores para saltar de los últimos ecos del manierismo al tenebrismo. Éste será el primer paso de la escuela, la cual en sentido gradual va caminando sucesivamente hasta la consecución de un lenguaje barroco más autóctono y ligado a las concepciones políticas, religiosas y culturales de la monarquía de los Austrias, para ir a morir con los primeros brotes del rococó que se manifiestan en la producción del último de sus representantes, A. Palomino. Las técnicas más empleadas por estos pintores serán el óleo y el fresco. Estilísticamente, se parte de un naturalismo con una notable capacidad de síntesis para desembocar oportunamente en la complejidad alegórica y formal características del barroco decorativo. Muestran estos artistas una gran preocupación por los estudios de la luz y el colorido, tal y como aquí vemos, destacando en un principio los juegos entre tonos extremos propios del tenebrismo que posteriormente van a ser sustituidos por un colorismo más exaltado y luminoso. Reciben y asimilan las influencias italianas, flamencas y velazqueñas. La clientela determinará el hecho de que la temática se reduzca casi exclusivamente a retratos y cuadros religiosos.