Placa con micromosaico. Italia, ca. 1850.
Nero Del Belgio con incrustaciones de micromosaico.
Restaurada.
Medidas: 56 cm (diámetro) x 1,5 cm (grosor).
En el centro de este tablero circular para mesa se representa un medallón con la basílica de San Marco. Entorno a él se despliegan cuatro palomas blancas que apoyan sus patas en delicadas rosas. Destaca la exquisita técnica de los micromosaicos, con un agudo detallismo y una sorprendente variedad cromática.
En la época de Carlos X, el micromosaico fue un motivo muy usado en los muebles aristocráticos. En el siglo XIX era costumbre regalar mesas con sobre de micromosaicos a los diplomáticos. El mayor maestro de esta tipología de mesa con micromosaico fue Michelangelo Barberi y Antonio Mora, algunas de las que se conservan en el Museo Ermitage de San Petersburgo y pertenecieron a Catalina La Grande. El "mosaico de Plinio" impulsó sobremanera el desarrollo del micromosaico, dado el diminuto tamaño de las teselas. Éstas evolucionaron del formato rectangular o cuadrado al irregular, lo que aguzó el detallismo y la variedad cromática.
El arte del micromosaico fructificó durante los siglos XVIII y XIX. El término fue acuñado por Sir Arthur Gilbert para referirse a los mosaicos realizados con pequeñas piezas de esmalte. El recurso de las aves fue frecuente en los mosaicos florentinos para representar las estaciones ya en el Renacimiento, haciéndose más frecuente su presencia durante el barroco, como emblemas de pureza y del alma. El arte del micromosaico nació en el Vaticano para hacer frente al deterioro de su colección de pinturas. Al darse cuenta de que los mosaicos arquitectónicos retenían su color con el paso del tiempo, en los talleres papales se empezó a experimentar con la técnica del mosaico de vidrio para reproducir las obras maestras. El Vaticano guardó el secreto de la fórmula que permitió una reproducción exacta con micromosaicos cuya ausencia de brillo y su calidad cromática hacía indistinguible la copia de la pintura original. Ya en el siglo XIX talleres privados empezaron a proliferar en Roma respondiendo a la demanda del mercado turístico. Mosaicos comerciales se hicieron accesibles en variedad de piezas decorativas. Muchas de ellas se conservan en el Museo Hermitage de San Petersburgo, en la Colección Gilbert de Londres y en el propio Vaticano.