Tapiz; Bruselas, ca. 1620-1630.
“La Victoria de Marco Antonio en Pelusium".
Procedencia: Piso palacete perteneciente a una familia de la burguesía catalana de larga tradición.
Lana.
Posee forro.
Presenta restauraciones y desgastes.
Medidas: 260 x 430 cm.
En el centro de la escena se alza el general victorioso, una figura de imponente presencia. Su cuerpo está envuelto en una armadura que brilla como un sol naciente, y su cabeza está coronada con un casco adornado por laureles, símbolo del triunfo y del favor de los dioses. Aunque no es un rey, su porte y la firmeza de su mirada hablan de poder absoluto, de una voluntad que ha doblegado a los enemigos y que ahora contempla, desde lo alto, el fruto de su conquista. A sus pies, en la penumbra, el pueblo sometido se postra con reverencia y temor, como un mar silencioso que se rinde ante el amanecer inevitable. La composición recuerda el eco de grandes gestas pasadas, como la rendición de la familia de Darío ante Alejandro, pero ahora es su momento, su victoria, su legado.
A la izquierda, el caballo del destino aguarda, magnífico y sereno. Es el corcel de Marco Antonio, testigo mudo de muchas campañas en tierras lejanas. Sobre su lomo, un mono juguetea con un aire casi profano, símbolo de los misterios del mundo oriental, de Egipto y sus encantos exóticos. A su lado, un estandarte o relieve emerge, mostrando el rostro de una reina con perlas en el cabello: Cleopatra, la encarnación misma de la seducción y el poder en tierras lejanas. Todo en este rincón evoca los placeres y los peligros de Oriente, recordando que incluso el más poderoso de los hombres no es inmune al hechizo de lo desconocido.
Es un escenario que captura la esencia de la victoria y la ambivalencia del poder: la gloria alcanzada y el precio que se paga por ella, el peso de lo conquistado y el llamado incesante de otros mundos aún por explorar.
Los tapices del norte de Europa destacaron en su producción desde finales de la Edad Media, al definirse como los de mayor calidad de Europa, con brillantes colores, gran densidad y un cuidado dibujo de los cartones, que se traducía en escenas figurativas de gran riqueza y sentido narrativo. Los temas cinegéticos fueron frecuentes en el Renacimiento y el Barroco, además del género paisajístico y el tema costumbrista o cortesano. La producción comenzaba con el dibujo de los cartones, que se ejecutaban en papel o pergamino por pintores cualificados y posteriormente se enviaban a los tapiceros, que podían estar a gran distancia. Los cartones podían ser reutilizados numerosas veces, y muy a menudo se usaban durante decenios y por distintos talleres; pero dada la fragilidad de su material, muy pocos se han conservado. Los talleres de tapicería no estaban controlados por gremios. Dependían de una mano de obra emigrante, y su actividad comercial se realizaba por empresarios que frecuentemente eran pintores.