AMELIA PELÁEZ (Cuba, 1896 – 1968).
Plato, 1956.
Cerámica esmaltada.
Presenta restauraciones en líneas de fractura situadas en la base.
Firmado y fechado en la base.
Medidas: 48 cm (diámetro).
Procedencia: colección Manuel Reguera Saumell, reconocido como uno de los grandes escritores y dramaturgos cubanos del siglo XX. Tal y como testimonian el conjunto de fotografías que acompañan esta colección, Reguera forjó durante los años que permaneció en su país natal una estrecha amistad con los exponentes más destacados del arte cubano. Fue entonces cuando Reguera, respaldado por el vínculo que le unió a Amelia Peláez, Rene Portocarrero, Carlos Abela o Antonia Eiriz, inició su faceta como coleccionista, dando luz a la que sería su colección personal.
Fue la cualidad distintiva y hogareña de la vida doméstica cubana lo que Peláez celebró en su obra, un tema que elevó como el verdadero significado de la identidad cubana. En 1950 Amelia Pelaéz, abrió un taller en San Antonio de los Baños, una pequeña ciudad cercana a La Habana, donde se dedicó, hasta 1962, a su pasatiempo favorito, la alfarería. Amelia Peláez pintó sus obras más interesantes durante su madurez. En un primer momento su estética se encontraba muy ligada a la academia. En el año 1916 inició sus estudios en la academia de san Alejandro y en el año 1921 se marchó a Nueva York. Ella comentaba en un principio que Estados Unidos no le aportó nada, pero allí se puso en relación con la modernidad, entrando en contacto con arte diferente, nuevo y vanguardista. Finalmente volvió a la academia de San Alejandro para acabar de graduarse en el año 1926 con honores, y de la mano de Romanach, es decir, de la mano del arte más académico. Posteriormente viajó a Paris en el año 1927 y allí estuvo durante siete años. Llegó con un encargo estatal, con el fin de investigar las escuelas y saber cómo se constituía el panorama artístico. Durante esta etapa Amalia se va a zambullir en el arte, que para ella es una renovación. Se matriculó en la escuela del Louvre, también en ese ambiente clásico, y en el año 1931 ingresó en una academia recién inaugurada, la academia contemporánea de Fernand Léger, donde se encontraba una profesora que fue una revelación artística para Amelia. Alejandra Exter (1882 -1949) pintora y diseñadora rusa, que seguía las ideas del constructivismo y ejerció una gran influencia en la formación de Amalia. A través de sus obras de carácter geométrico y de superposiciones de planos. Amelia encontró en la Europa de las vanguardias no el purismo de éstas, sino algo más postmoderno, pero aun así le interesó ya que se trataba de todo un mundo de sugerencias para poder asimilar y crear una nueva estética. En un artículo que ella escribió en un periódico de París, sobre los pintores cubanos, dijo que éstos se interesaban por los grandes maestros de lo contemporáneo, para poder crear una revolución en La Habana. Los que vuelven a Cuba asimilaban la tradición clásica, pero se inspiraban en los temas de su país, aunque también les interesaba Gauguin, y el arte de los negros. En Paris asimiló lo que estaba viendo y realizó cuadros de este tipo, con un fuerte peso basado en la figuración y en el postvanguardismo. El ellos, apostaba por el rigor geométrico y rompía con el espacio convencional, apostando por una visión meramente plástica, propia de la vanguardia. En 1934 regresó a La Habana, en pleno cambio político, cuando subía Batista al poder. Se recluyó en su estudio y se dedicó a dar forma a su obra definitiva. Eliminando los lastres académicos de forma tardía. Cuando se produjo la catarsis de llegar a su tierra comenzó a producir su propio lenguaje ya que es en La Habana donde se dio cuenta de que no quería ser una simple pintora de la Escuela de París, sino una artista cubana, moderna y vanguardista. Se puso en contacto con Wilfredo Lam, quien conocía a fondo las tradiciones afrocubanas tras venir de París y ella misma acaba encontrando su estilo, mirando su ciudad.